La prima de Riesgo era un ser superior. Su belleza era
comparable a la de una diosa. Loco tenía al mundo entero. Da igual que subiera
o bajase. Que de ella se hablase o que nadie dijera nada. Marcaba la pauta e
estilo de la época y miles de poetas hablaban de ella, como si cada trozo de su
cuerpo fuese conocido.
Pero como bien se sabe, Riesgo es sinónimo de peligro. Y el
coronel Riesgo era peligroso. Así que, tan sólo pensar en rozar la blanca piel
de su prima, ya era penado con la pena capital. Como bien se sabe, Riesgo no se
anda con chiquitas. Cada vez, que un poeta acertaba lo más mínimo en la descripción
de la prima de Riesgo. Riesgo lo llamaba, y el pobre poeta jamás era nombrado. Su
nombre pasaba a ser cosa del pasado, y entraba directo en la lista de San
Pedro.
De la prima de Riesgo poco se conocía. Su nombre todo un
enigma. Sus apariciones en público, mínimas. Se sabía que era custodiada por
Riesgo y que eran familia. Las malas lenguas decían, que él la pretendía. Que a
su mansión la trajo, para poder seducirla y casarse con ella. A Riesgo le
ofrecía popularidad. Porque tanto de ella se hablaba, que nadie comentaba los
crímenes que él cometía. Cuenta la leyenda que media docena de vestidos blancos
tenía. Que su cabello negro relucía. Que con sus rizos perfectos, negros como
el azabache, lucían más que mil joyas bizantinas.
Pero con el paso del tiempo, la prima de Riesgo perdió su
juventud, su fama y magia. Dejó de ser el centro de atención del espectador,
del pueblo llano. Pueblo que poco a poco vio envejecer al coronel Riesgo. Comprobó que con el tiempo, su fuerza y poder
llegaban a su fin. Así que el pueblo montó en cólera. Comenzaron los
disturbios, los gritos, la sangre comenzó a dibujar ríos de libertad. Libertad que
condujo a la caída de Riesgo y al desplome de su prima. Ahora ambos forman
parte de la tierra. Abonan ese suelo que se daba por muerto. Y los poetas que
ahora escriben sobre la prima de Riesgo, escriben sin miedo. Escriben con la
alegría de un nuevo comenzar. Un comenzar sin miedo.
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