Palabras por el mundo

jueves, 9 de agosto de 2012

ALCOHOL


El alcohol es un buen lubricante social. Calienta nuestras gargantas, acelera a nuestras neuronas y hace más sensible el alma humana. Bañados en alcohol, vivimos nuestras aventuras más alocadas, relajamos nuestros cuerpos. Pero también cometemos nuestros mayores atropellos.

Para que lo entendáis mejor, os contaré una historia basada en hechos reales. Pero no tengáis miedo. No será como esas películas de domingo. En donde la madre pierde a su hijo, o un marido no es quien parece ser. Será una historia en donde todo lo que parece, será. Y todo lo que fue, sucedió.
Ya era viernes. Día elegido por estos tres sabios del pueblo, filósofos de la calle que calentaban sus bocas sentados en una mesa de bar. Tres artistas de la pista, hombres de acción. Ninguno de los tres tenía;  ni grandes trabajos, ni grandes estudios. Pero cada vez, que juntos se sentaban en esa mesa del fondo arreglaban el mundo. Corregían vidas descarriadas y se reían a mares.

Eran hombres de tradición, pues llevaban años celebrando este día. Cuando eran más jóvenes lo hacían casi todos los viernes. Pero estaba claro que al casarse no podrían seguir ese ritmo. Ahora es el día acordado es, el último viernes de mes. Las malas lenguas dicen que esta fecha es elegida por sus mujeres. Al ser tan grandes la ingestas etílicas, sus bolsillos se vacían tan rápido y de tal forma, que si lo celebrasen a principios de mes. El sueldo no les llegaría para comer. 

Estos tres tenían nombres y también oficio. Y como una persona sin nombre, es un desconocido. Os lo voy a presentar. El primero que entra por la puerta es, José dedos negros. Su bisabuelo minero, su abuelo minero, su padre minero y él, minero. El siguiente es, Juan das trenzas. Su bisabuelo jornalero, su abuelo agricultor, su padre ganadero y él, vive del campo a partes iguales. El tercero es, Manolo das mayas  (su apodo le viene de chiquillo, puesto que de pequeño lo vieron con las mayas de su hermana puestas, y después. Ya sabéis como son los chicos)  su bisabuelo era ladrón, su abuelo traficante, su padre estafador y él, tiene un cargo público en el ayuntamiento del pueblo.


El ritual del viernes era sencillo. Bueno sencillo no sé, pero solía constar de varias partes. El primer acto de la función era:

Acto primero: Vino y queso.

Un vez sentados en la mesa. Pedían un queso, una jarra de vino. Que era rellenada hasta terminar el queso. Y lo más importante casi no mediaban palabra, pues jugaban a las cartas y fumaban. Bueno quien fumaba de los tres era José dedos negros. Él lo hacia habitualmente, los otros dos fumaban por la generosidad de José.

Acto segundo: El que perdía a las cartas, pagaba.

Este acto era sencillo. Una vez terminada la partida de cartas, el que perdía pagaba. Era cuando empezaba el movimiento y el  bullicio. Se tachaban de tramposos, se recriminaban las jugadas, se insultaban y luego se perdonaban. Para relajar un poco los cuerpos, pedían café. Con este café se serenaban un poco. Y así volvía el buen habiente para poder retomar la noche.

Acto tercero: Vino y orujo.

En este acto intercalaban las jarras de vino con una botella de orujo. Con cada jarra una ronda de chupitos. Aquí comenzaba la acción. Los sabios y los filósofos que llevaban en su interior empiezan a asomar la cabeza. Que si una verdad, que si media mentira. Que si el mundo debía, que tiempo pasaba, que la riqueza, que la felicidad… todos los palos de este mundo mágico eran quitados. Generalmente nunca llegaban a una conclusión, aunque estuviesen hablando de lo mimos y dijeran lo mismo. Siempre había debate. Y frases típicas como:
“No, no, no me entendiste… Yo, yo, yo no quise decir eso” o “Ni de broma, no digas eso, ¡NI DE BROMA”  o la más sonada: “Pero tú. Tú quien te crees que soy yo”
Frases que desde luego. Nunca pero nunca podrían faltar en una conversación de esos tres. Aun así, el acto tres no era lo peor. Siempre dejaban su número especial para el final.

Acto cuatro: Acto final, Sexo y orujo.

El acto final era el preferido por todo el bar. Todo el mundo lo esperaba. En este acto desaparece el vino. Ahora es lubricante para lenguas picantes el orujo. Se lo beben ya, como agua. El bar entero está expectante, desde el pequeño camarero Jorge que tiene unos quince años y aún no conoce mujer. Hasta el párroco Don Gabriel, que cuando los oye hablar mete su mano por debajo de la sotana. En este acto tan especial, estos tres artistas hablan del amor, del sexo, de sus vidas sexuales, de prostitutas, de mujeres del pueblo que dejaron entrever sus encantos a ojos ajenos. Un espectáculo sexual, una colección de relatos eróticos que encienden las pasiones y que dejan entrever las pasiones y perversiones más ocultas. Yo, que era testigo de tales relatos, no sé que era real y que mentira. Pero la verdad, no importaba lo más mínimo. Pues esta parte del espectáculo, era sin duda la mejor de todas.  

Todo transcurría como siempre. Cada acto en su momento, cada personaje en su sitio. Era una noche más de viernes para estos tres. Pero como en toda historia que queda para el recuerdo. Existe un momento, “el momento”. Este no será otro, que la aparición de tres personajes más. Tres forasteros que no suelen frecuentar esta taberna. Pero que sus historias son contadas de igual manera, aunque estos provengan de otro lugar. Porque como sabéis, las buenas historias son contadas y no conocen barrera.

El primero en entrar será Juan el tornero. Juan el tornero no es de este pueblo, aunque su padre nació aquí. Como la ciudad esta cerca se deja caer de vez en cuando. No es muy hablador. Es mas, es un perro solitario. Está fuerte no, fuertísimo. Cierto es, que su trabajo requiere fuerza y precisión.  Como se diría, un hombre cuatro por cuatro. El siguiente en entrar es Pedro el rato-rabeno. Parece poca cosa, mide un metro cincuenta. Pero que los ojos no os engañen. Es un hombre serio, que no acepta bromas y que es conocido por tumbar hombres en peleas. No es alguien con el que se pueda medir. Falso, esa es la palabra. Pues cuenta la leyenda que a traición mató un hombre en el Camino Real. No se encontró nunca prueba de ello, así que solo quedó en rumor. El tercer hombre es el Tuerto. Que decir de él, pues poca cosa. No trabaja, cobra una paga. Dicen, pues no se sabe, que perdió el ojo en una guerra. Se dice, porque se sabe que fue soldado.

Nuestros tres artistas siguen en lo suyo. Acabaron el tercer acto y van a por el cuarto. Sus cuerpos y cabezas ya están calentitos. Las palabras manan como si fueran un torrente de agua fresca. Y de frescas anda la cosa. Que si la María esto. Que si la Azucena hace aquello…

Todo sigue su ritmo como siempre. Hasta que un nombre sale a escena, Pepa dos bolos. Pepa dos bolos es parienta de Pedro, el rato-rabeno. No es que sea de su familia más allegada, pero toca en parentela por una tía suya que estuvo en Cuba.

José de los dedos negros dice.

-Pepa dos bolos es una puta. Esa, esa chupa que da gusto. Y como se mueve para lo gorda que está. Eso si, de manteca le hay que untar… Pero non llega a terminar la frase cuando se escucha desde la barra.

Pedro (rato-rabeno)- ¡hijo de puta! ¡Pero ti, que coño dices! ¿Quién carajo te crees que eres? Mientras dice eso, su amigo el Tuerto lo coge por el brazo, para que no salte en pelea.

Ahora es Manolo das mayas quien intercede y toma palabra. – Medio hombre, tú te callas. Están hablando los hombres enteros. Así que tú no tienes palabra en este entierro.

Juan el tornero los mira desafiante. Pero no dice nada, el único que se escucha es el rum, rum de la gente del bar. Que ve, como la situación se pone fea.

La cosa parecía calmada. Tal vez, esta vez estos artistas de la pista habían ganado. La noche sigue su ritmo. Sin prisas, pero sin pausa. Ellos beben y hablan. Los otros beben y piensan. Caras serias para los forasteros. El cura Don Gabriel se marcha. No creo que este fuera el detonante, pero algo había cambiado. Tal vez fue que Dios había abandonado este bar o que José dedos negros insistió de nuevo. No sé cual de las dos cosas fue. Pero la tangana fue épica.

No recuerdo bien lo que pasó. Pues me golpearon y caí inconsciente. El  único testigo de tal masacre fue Jorge. Quien desde aquella no volvió a hablar. Yo sólo sé, que al día siguiente tuve que limpiar sangre durante todo el día. La pelea se saldo con cuatro muertos, dos de ellos por arma blanca y uno de ellos por algo que le destrozó la cabeza. Y el tercero no se sabía quien era. Suponemos que fue uno de los artistas. Pues ninguno de los tres volvió a aparecer. El otro, era el Tuerto. Y del Rato-rabeno y Juan el tornero nunca más se supo de ellos. Como si el diablo se los llevase.

Lo que yo si sé. Es que, el alcohol por muy fuerte que te haga parecer, no da poderes mágicos. Y que, algunas veces, las  palabras si no son medidas, a golpes se te serán cosidas.

  

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