Palabras por el mundo

viernes, 16 de diciembre de 2011

Carta a blanco como la aurora

Este es el relato presentado en el concurso del mes de noviembre, de la pagina web " El relato del  mes". No fui capaz de llegar a la fase final pero aún así me siento muy orgulloso de él.

¿Cómo decirte adiós? Pues superando mis miedos. No es que me quiera despedirme ya, nunca quise ni querré decirte adiós. Sé que en el momento justo tendré que hacerlo de verdad. Y eso me destroza por dentro. Como encajar la pérdida de un amigo, una perdida temprana e injusta.  Pues será superando mis miedos, aceptando tu muerte, no como un paso hacia atrás, sino el nuevo comenzar. Un nuevo viaje en tu nueva vida, un nuevo episodio en mi vida. Un adiós que nunca será eterno.  Porque sé algo que contigo estoy dispuesto a compartir. Según he leído, existe una leyenda. Es antigua, muy antigua. Se puede decir, que es anterior a todo lo conocido. Y en ella, se dice lo siguiente:

Antes de cualquier tiempo pasado. El Dios del cielo creó un mundo muy similar a este. En él existía lo mismo que existe ahora. Animales, plantas, cielo, tierra, mar, aire… todo lo que ahora existe, todo menos una cosa, la muerte. Esta era la única diferencia en ese mundo. La muerte no existía. Así que todo organismo viviente era inmortal. El Dios del cielo, ese gran observador comprobó que la inmortalidad en la tierra, hacía que en ese mundo la vida careciese de sentido. No eran tomadas decisiones, los seres allí existentes eran fríos como el mismísimo hielo. Nada les importaba, nada. No sentían, no amaban, no se ilusionaban, nada. El Dios del cielo comprobaba como cada día en ese mundo era un desastre. Como esa  vida a era como no vivirla. No era una experiencia gratificante e enriquecedora. Solo era eso, tiempo sobre tiempo.

 El Dios del cielo frustrado por ese experimento fallido decidió  hacer algo. Fue entonces cuando creó un segundo  mundo.  En ese nuevo mundo existiría la muerte. Este nuevo concepto, haría que los seres vivos perdiesen la vida. La perderían según el tiempo trascurrido en él o bien, según las decisiones que uno tomase. El Dios del cielo dejó pasar el tiempo, observó. Y pudo ver como todos tenían miedo de todos. Este nuevo concepto, la muerte atormentaba  sobre todo a los humanos, que los volvía violentos e inestables. Los humanos atacaban a todo, animales, plantas e incluso a ellos mismos. Generando un miedo increíble a vivir. La vida ahora ya no era tiempo sobre tiempo. Sino que era una lucha sin fin, un caos eterno que no llegaba a ninguna parte.

 Así fue como el Dios del cielo de nuevo frustrado por su nuevo intento. Decidió tomar cartas en el asunto. Y esta vez decidió crear otro nuevo mundo. Pero esta vez el sería más participe en él. Así que cada vez que alguien quisiese formar parte de este nuevo mundo. Él estaría ahí, para hacer una proposición, la siguiente.
Justo antes de nacer, él se nos aparecería. Y nos diría, estas justas palabras:

 “¿estás dispuesto a vivir y morir en este mundo que yo te regalo?”.

 Si nuestra respuesta era negativa, él inmediatamente haría que naciésemos muertos, que nuestra vida nunca comenzase. Pero si nuestra respuesta fuese afirmativa. El Dios del cielo, no solo nos recompensaría con la vida, sino que a cambio. Cuando esta terminase, nos daría una segunda vida. Una segunda oportunidad en uno de estos anteriores mundos.  O bien vivir una vida eterna en un mundo sin muerte ni miedo, en donde podríamos recordar nuestra vida pasada. Por siempre jamás. O bien una vida de terror y caos en mundo en donde la muerte lo es todo, y nos acecharía en cada esquina.
Por eso mi amigo, sé que tú fuiste fuerte y firme desde un primer momento. Porque elegiste vivir para poder morir. Porque elegiste morir para poder vivir. Por eso amigo, tengo que superar mis miedos, para poder compartir lo que te quede de vida. Para que así, cuando tu paso por este mundo termine. Te quede en el recuerdo esos momentos compartidos, en los que fuimos realmente felices. Y que tu espera en el otro mundo,  sea lo suficiente agradable y placentera mientras yo no llegue. Porque aunque este camino se esté terminando, yo sé que aún nos queda mucho camino por caminar. Y en él yo te debo sonrisas, no solo lágrimas que derramar. 

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