Palabras por el mundo

lunes, 23 de enero de 2012

TEXTO FINALISTA


CUENTA LA LEYENDA

        Hola, amigos. Hoy comenzaré aquí un largo camino donde les enseñaré todas esas fantásticas historias que un día llenaron mis oídos. Algunas serán reales y otras, por lo fantástico de sus proezas, incluso yo mismo dudaré de tal realidad. Pero lo que sí sé seguro es que todas ellas llegaron a mí de manera fortuita. Ninguna ha sido buscada, simplemente la casualidad las puso en mis manos y, por alguna extraña razón, en el fondo de mi ser. Siento la necesidad de acercarlas a vosotros. Algunas las escuché, otras las he leído e incluso alguna tal vez sea totalmente inventada. Pero lo más importante de dichas historias nunca será su veracidad, sino el mensaje que con ellas me llegó.



                Comenzaré diciendo algo tal que así: «Cuenta la leyenda que…».
                Cuenta la leyenda que un día, en el ciento quince cumpleaños de un joven hombre, uno de sus nietos, el más joven, lloraba desconsolado en el salón. El abuelo se acercó a su nieto y, con las pocas fuerzas que tenía, consiguió hacerse con él y acercarlo así a su regazo. El abuelo miró al nieto, que tan desconsolado estaba, y le preguntó qué le ocurría. El nieto, ese niñito de unos cuatro años, se limpió los ojos, alzó su cabeza y miró fijamente al abuelo. Pero no respondió. El abuelo, curtido ya en mil batallas, sonrió y alegremente le dijo a su nieto algo como…
                —Te voy a contar una historia.
                El nieto no rechistó.
                —Hace hoy muchos años, una linda mujer daba a luz por primera vez. Ella estaba asustada, pues nunca había traído a este mundo una nueva vida. Lo que a esta mujer más le preocupaba no era el parto en si, sino qué vida podría ofrecerle a su hijo. Eran tiempos difíciles y ella era conocedora de las terribles calamidades que este mundo, algunas veces tan cruel, trae consigo. Su mayor preocupación ahora era la felicidad de este niño, su primer hijo. Aun así, ya era demasiado tarde para dar vuelta atrás, pues su pequeño quería salir. Quería ver y sentir este mundo del que durante nueve meses había escuchado tanto desde la barriga de su madre, así que el tiempo de espera terminó. El niño se aventuró en ese último esfuerzo que le separaría del interior de la madre y que inevitablemente le abriría las puertas al mundo exterior. La lucha por salir duró horas. En ella, demasiados ruidos y dolores. Pero al fin el niño consiguió salir, ver por fin la luz, sentir de primera mano el aire entrar por sus pulmones. Precioso, increíblemente precioso. Mientras tanto, la preciosa mujer, que tumbada se encontraba, notaba cómo su corazón cada vez latía más y más fuerte. Estaba nerviosa, pues su bebé no lloraba. Con las lágrimas en los ojos, preguntó al doctor si su niño había nacido con vida. El doctor, sonriendo, respondió que sí. Es más, el doctor afirmó que no solo estaba vivo, sino sonriendo. Era increíble, el niño no lloraba, sonreía. La madre seguía nerviosa. Pero justo en el instante en que pudo coger a su hijo en brazos y observarlo sonriendo, su miedo disminuyó.
                »Y según fueron pasando los días y los años, esta joven madre podía ver que su hijo sonreía. Era feliz, este mundo puñetero no conseguía aplacar su felicidad. Cierto es que, algunas veces, el niño se disgustaba. Pero la madre podía comprobar, cómo el niño hacía lo imposible para volver a sonreír, para volver a sentirse feliz. Y ese niño creció, se convirtió en hombre, en padre y, al final, en abuelo. Y sonrió.
                »Sí, mi pequeñín, esta vida puede ser de lo más cruel. Nos puede asustar, castigar, incluso mancar. Pero eso nunca nos debe impedir sonreír, buscar ser felices el máximo tiempo posible. ¿Y sabes cómo se consigue eso? Pues intentando uno mismo no perder la sonrisa, buscar siempre la sonrisa. Porque ella será siempre la que nos guíe a la felicidad.
 El niño dejó de llorar. Y comenzó a jugar con sus primos e hermanos. El abuelo feliz,  por conseguir  que el joven abandonara el llanto. Decidió retirarse a su habitación con una sonrisa en su boca. Horas después el joven hombre de ciento quince años, murió. Abandonò este mundo  como vino a él. Con una enorme y preciosa sonrisa en su boca.

PD: texto editado y revisado por AAA.  GRACIAS

4 comentarios:

  1. Ë finalista? Dixencho!! Hai cousas moi boas aí

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  2. No es finalista, gané con él. Eso si, en el concurso no existe premio. Pero al menos sé que ha sido leído por mas gente.
    la página es la siguiente. En donde ahora formo parte del cuadro de honor
    http://elrelatodelmes.wordpress.com/

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  3. ¡Enhorabuena! Aunque nos ha faltado revisar el último párrafo, me alegro mucho de que hayas ganado el concurso de diciembre con este texto. ¡A seguir así! :D

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  4. gracias AAA. soy consciente que el último párrafo falla. pero necesitaba completarlo. aún así, muchas gracias por tu ayuda

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