Hamid Abad era un soldado, un guerrero. Pasó toda su vida en
el campo de batalla. Hombre de honor, de sangre en manos, de corazón valiente.
Hamid Abad era el guerrero perfecto. Sin piedad atacaba al enemigo, sin tregua
luchaba hasta que el último hombre quedase en pie. Hasta que la última gota de
sangre tocase suelo.
Hamid Abad luchaba, pero no en nombre de un rey. Tampoco en
nombre de un Dios. Y aún menos por una tierra. Hamid sabía que la mejor manera
de proteger a los suyos, es mantener lejos el campo de batalla.
Hamid sabía que su
alma estaba condena. Que al morir, su alma partiría. Pero no, al cielo sino al
infierno en donde van los hombres que tienen las manos manchadas en sangre.
Un día, estando Hamid en el frente, le llegó una carta. Era
de su casa, su mujer había caído enferma. Una terrible enfermedad había
invadido su cuerpo y la había deformado. El rostro de aquella mujer hermosa de
la que se había enamorado, ya no existía.
Esa noche Hamid no durmió, la preocupación le invadió. Al día siguiente
acudió al campo de batalla. Luchó como siempre, pero por primera vez Hamid lo
abandonó herido. Fue tan fuerte su herida, que perdió por completo la vista.
Hamid dejó de ser guerrero. Pasó a ser marido a tiempo
completo. Vivió cuarenta años con su mujer. Tuvieron dos hijos e tres hijas.
Pasó su vida recitando poesía. Poesía de amor para su amada mujer. Poesía que
era recogida por un escriba, para que esos hermosos versos de amor, no cayesen
en el olvido. Y tal amor se volviese inmortal. Cuarenta años, hasta que su
mujer atendió la llamada de la muerte y
decidiese ir al cielo.
Fue entonces cuando
la tierra tapó por completo el cuerpo de su mujer. Cuando Hamid recuperó por completo la vista.
Su ceguera, se había curado.
Un día estando con el escriba. Este le pregunto:
-
- Maestro, poeta. ¿Por qué fingió su ceguera? Todo
el mundo supo que no era real. Nadie se cura de esa manera. Y usted siempre fue
un hombre de honor. ¿Por qué engañarla así?
Hamid mesó su barba, miró a los ojos del escriba y le dijo:
-
El honor de un hombre nada vale, sino puedes
compartirlo con el ser querido. Y el honor más grande, no se encuentra en el
campo de batalla, ni con una espada en mano. Sino dando vida al sentir, haciendo
feliz a quien te hace feliz. Mi amada, mi amor perdió su belleza a ojos sanos.
Por eso decidí que los míos debían enfermar. Bebería de las hermosas imágenes
del recuerdo. En donde ella, se sintiese hermosa para siempre. El honor recaería en hacerle el amor cada
día. En acariciar su alma, en regalarle cada palabra de cariño que mi ser le
tenía guardado. El honor era verla feliz, sentirla cerca de mí. Aprovechar cada
momento, sabiendo que al otro mundo se fuese feliz.
hola David, te he dejado un premio en mi blogg, enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por el premio. Y muchísimas más tus visitas y lecturas.
Eliminarostras amigo mio que preciosidad de historia.. buff me has emocionado y me ha gustado tanto que su mensaje me ha conmovido. gracias david
ResponderEliminarGracias a ti, a tu visita, a tu lectura y a tu comentario. MUCHAS GRACIAS!!
EliminarMe encanto tu historia. Es muy emocionante y enseña el lado del amor verdadero, lo unico que importa en esta vida. Saludos.
ResponderEliminarGracias Sandra Bar!
Eliminar