Palabras por el mundo

jueves, 3 de enero de 2013

HAY QUE INTENTARLO



Sé que no tengo la costumbre de contar cosas personales. Pero hoy, me he levantado con ganas de gritar a los cuatro vientos. Hoy, he decidido compartir un pedacito de mí. Para transmitiros “ANIMO”. Para deciros, con una vivencia personal. Que nunca llovió, sin escampar. Que no existe un mal en el mundo, que cien años dure.

Desde los 11 años hasta los 14 años, me impartía la asignatura de Castellano, una profesora llamada Celia. En su metodología de enseñanza, estaban presentes las redacciones. Todas las  semanas realizábamos una. Con el fin, de que llegado el mes de marzo. Uno de sus alumnos representara el colegio en un concurso comarcal. Todos los años se presentó la misma chica. Era su preferida. La palabra de esta alumna era misa. Y como no es de extrañar, nunca ganamos dicho concurso.

Pero eso a mi, nunca me importó. Mi queja nunca fue el poder participar. Sino el ser desplazado de toda oportunidad. Cada semana escribía y leía mi redacción. Y cada semana durante todos esos años la respuesta era la misma:

“No sé para que te molestas en hacerlas. No aprendes nada, eres torpe. Rezo a Dios para que de mayor puedas trabajar cargando ladrillos.”

Cada vez que escuchaba esas palabras, mi corazón se encogía. Se me llenaban los ojos de lágrimas. Recuerdo que hasta cogí miedo a leer. Me daba pavor leer en público. Me sentía torpe, inútil. Pero en mí, siempre existió un germen. Un germen que no me dejaba bajar los brazos. Y cada semana lo intentaba con mayor fuerza.

Recuerdo una vez. Convencí a un compañero para intercambiar las redacciones. Él leyó la mía y yo leí la suya. Como siempre la redacción que yo leí era una “basura” y como no, repitió la famosa frase. Pero cuando mi compañero leyó mi redacción:

“Muy bien, veo que vas mejorando. Si sigues así, podrás participar en el concurso. Esa es la línea a seguir. Punto positivo. “

Orgulloso y envalentonado, me levanté del pupitre. Cogí MI libreta y se la llevé a la mesa. Y con la mejor de mis sonrisas, me fui al despacho de la directora. Nunca un castigo me supo tanto a gloria.

Pero los años pasaron. El tiempo de esa profesora llegó a su fin. Y conocí otras profesoras y profesores. Otros colegios mejores. No digo que vieran en mí, al nuevo Neruda. Pero me animaron, me ayudaron, me enseñaron, me motivaron. Compartieron conmigo sus conocimientos. Y lo más importante, me dejaron soñar. Me dejaron ser yo mismo, sin limitarme, sin humillarme.

Y no digo, que en estos tiempos que corren. Dios no me acabe echando un capote. Que me ayude un poquito y acabe cargando ladrillos. La verdad, es que no me importaría. Sigue siendo un trabajo, y en esta vida hay que trabajar. Pero al menos hoy no me siento inútil, torpe o desplazado. Sé que no soy un literato, que me queda muchísimo por aprender. Pero al menos, sé que no debo avergonzarme de lo que escribo. Que mi palabra es tan válida, como la de la persona de al lado. Y que si algo me gusta, he de intentarlo.        

1 comentario:

  1. O importante son os sentimentos, se escribes o que sae de dentro o teu estilo pode ser mais refinado ou menos pero sempre sera correcto, todos temos algo que contar e ter unha habilidade como a tua sempre e un don benvido. Sempre haberá alguen que se identifique con esos sentimentos.

    Pd: Por desgraza sempre houbo e haberá profesores asi.

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