Palabras por el mundo

domingo, 23 de septiembre de 2012

Como somos pocos, jugamos al volleyball


Las tardes de verano son calurosas, largas y tediosas. Por eso, siempre necesitábamos una forma de pasar el tiempo. De conseguir que el verano no pasase sin pena ni gloria. Y lo que mejor podíamos hacer,  era practicar algún deporte. Y eso es lo que hacíamos.

Hace tiempo éramos cien. Por decirlo de alguna manera. Cien, cien nunca fuimos, pero si los suficiente para tener que hacer dos o tres equipos de fútbol. Jugábamos a turnos, al rey de la pista. (Frase que dentro de poco cambiará su sentido).  Antiguamente el “Rey” era el que ganaba. El equipo que caía o perdía era el que abandonaba el juego. Ahora… ahora tendrá que ser al revés, el equipo que cae derrotado será el “Rey”. ¡Gracias, Juan Carlos un palo!

 Pero lo importante en la historia es que éramos tantos que podíamos jugar toda la tarde al fútbol, y sin descanso. Pero ahora ya no somos tantos. No se puede decir que quedáramos los mejores. Si soy sincero, pienso que todo lo contrario. Los mejores están en otros países, otros lugares fantásticos en donde la “crisis”, la “prima de riesgo” y la madre que los parió no tienen tanta presencia. Una cosa está clara. Me alegro por ellos. 

Pero claro está lo que claro se presenta. El cuerpo de un joven necesita acción, necesita una presencia física. Necesitamos los que quedamos un aquel, un algo que nos haga sentirnos vivos y jóvenes. Un deporte que nos diga que nuestros cuerpos aún siguen vivos. Una manera de liberar tensiones y frustraciones. Pero no sólo necesitamos que nuestros  cuerpos experimenten el cansancio y la realización de una actividad física. Necesitamos también esa unión, esa sensación de unidad y de equipo. Algo que nos diga que aún podemos aunarnos bajo una mima actividad. Algo que consiga aupar nuestro espíritu colectivo. Un todo para todos. 

El fútbol era un gran deporte colectivo. Nos ayudaba a saber que lugar ocupábamos en el campo. Como con nuestras limitaciones y virtudes podíamos ser útiles a un colectivo, nuestro equipo. Una fuerza en conjunto que podía enfrentarse a un equipo rival con el afán de demostrar, que éramos tan válidos como ellos o más. Una lucha sin sangre, una lucha por algo muy conocido por nosotros mismos y nuestros antepasados, el honor. El honor de la victoria o el honor de la derrota luchada. Pero este tiempo de fútbol murió, se terminó el día en el que no había el número suficiente de jugadores como para hacer un solo equipo.

Pero como bien conocido es, el Hombre (no es cosa de hombres exclusivamente, las mujeres también tienen el “espíritu”. Simplemente es un fallo de diseño lingüístico. ) sabe como rehacerse, como volver a dar vida a las ilusiones y como cumplir de nuevo, sueños ya vividos en el pasado. Es así, como el sueño de grandeza o la ilusión por formar parte de un conjunto. Nos animamos a hacer varios equipos de voleibol. Ahora cambiamos las porterías por red, la amplitud del campo inmenso, por las medidas estándar de un campo de voleibol. Nos adaptamos al medio, nos superamos a nosotros mismos y no encontramos de nuevo. Ahora las tardes, son tardes de voleibol. Volvemos a sentir la potencia en nuestro cuerpo. Nos volvemos ha sentir fuertes como unidad y fuertes como equipo. Volvemos a capitanearnos hacia la victoria, hacia el honor. Y lo más importante, nunca nos rendimos. Sabíamos que habíamos perdido algo. Pero no lloramos su pérdida, no vivimos del pasado esplendoroso sino que nos forjamos un futuro. Adaptándonos a nuevos tiempos, tiempos de cambio. 

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