Las tardes de verano son calurosas, largas y tediosas. Por
eso, siempre necesitábamos una forma de pasar el tiempo. De conseguir que el
verano no pasase sin pena ni gloria. Y lo que mejor podíamos hacer, era practicar algún deporte. Y eso es lo que
hacíamos.
Hace tiempo éramos cien. Por decirlo de alguna manera. Cien,
cien nunca fuimos, pero si los suficiente para tener que hacer dos o tres
equipos de fútbol. Jugábamos a turnos, al rey de la pista. (Frase que dentro de
poco cambiará su sentido). Antiguamente
el “Rey” era el que ganaba. El equipo que caía o perdía era el que abandonaba
el juego. Ahora… ahora tendrá que ser al revés, el equipo que cae derrotado
será el “Rey”. ¡Gracias, Juan Carlos un palo!
Pero lo importante en
la historia es que éramos tantos que podíamos jugar toda la tarde al fútbol, y
sin descanso. Pero ahora ya no somos tantos. No se puede decir que quedáramos
los mejores. Si soy sincero, pienso que todo lo contrario. Los mejores están en
otros países, otros lugares fantásticos en donde la “crisis”, la “prima de
riesgo” y la madre que los parió no tienen tanta presencia. Una cosa está
clara. Me alegro por ellos.
Pero claro está lo que claro se presenta. El cuerpo de un
joven necesita acción, necesita una presencia física. Necesitamos los que
quedamos un aquel, un algo que nos haga sentirnos vivos y jóvenes. Un deporte
que nos diga que nuestros cuerpos aún siguen vivos. Una manera de liberar
tensiones y frustraciones. Pero no sólo necesitamos que nuestros cuerpos experimenten el cansancio y la
realización de una actividad física. Necesitamos también esa unión, esa
sensación de unidad y de equipo. Algo que nos diga que aún podemos aunarnos
bajo una mima actividad. Algo que consiga aupar nuestro espíritu colectivo. Un
todo para todos.
El fútbol era un gran deporte colectivo. Nos ayudaba a saber
que lugar ocupábamos en el campo. Como con nuestras limitaciones y virtudes
podíamos ser útiles a un colectivo, nuestro equipo. Una fuerza en conjunto que
podía enfrentarse a un equipo rival con el afán de demostrar, que éramos tan
válidos como ellos o más. Una lucha sin sangre, una lucha por algo muy conocido
por nosotros mismos y nuestros antepasados, el honor. El honor de la victoria o
el honor de la derrota luchada. Pero este tiempo de fútbol murió, se terminó el
día en el que no había el número suficiente de jugadores como para hacer un
solo equipo.
Pero como bien conocido es, el Hombre (no es cosa de hombres
exclusivamente, las mujeres también tienen el “espíritu”. Simplemente es un
fallo de diseño lingüístico. ) sabe como rehacerse, como volver a dar vida a
las ilusiones y como cumplir de nuevo, sueños ya vividos en el pasado. Es así,
como el sueño de grandeza o la ilusión por formar parte de un conjunto. Nos
animamos a hacer varios equipos de voleibol. Ahora cambiamos las porterías por
red, la amplitud del campo inmenso, por las medidas estándar de un campo de
voleibol. Nos adaptamos al medio, nos superamos a nosotros mismos y no
encontramos de nuevo. Ahora las tardes, son tardes de voleibol. Volvemos a
sentir la potencia en nuestro cuerpo. Nos volvemos ha sentir fuertes como
unidad y fuertes como equipo. Volvemos a capitanearnos hacia la victoria, hacia
el honor. Y lo más importante, nunca nos rendimos. Sabíamos que habíamos
perdido algo. Pero no lloramos su pérdida, no vivimos del pasado esplendoroso
sino que nos forjamos un futuro. Adaptándonos a nuevos tiempos, tiempos de
cambio.
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