Era un fin de semana más, Teresa y Javier paseaban a Gordo.
El día era soleado así que el paseo estaba resultado de lo más placentero. Este
tipo de paseos eran muy comunes en ellos. Disfrutaban al caminar y las
conversaciones aunque muchas veces eran intranscendentes, resultaban agradables
y relajantes. Hoy no podían llevar a Gordo suelto, había demasiados perros por
el paseo. Cierto es, que Gordo no es un perro agresivo, pero sigue siendo un
perro.
Llegado un punto de la caminata se detienen, Gordo parece
cansado. Además era sábado, que prisa tenían. Sentados en el pequeño muro del paseo, miran
el mar. A lo lejos tres puntos de colores.
Teresa pregunta: ¿Qué tipo de barcos son?
Javier rápidamente contesta: La mancha más grande es un
mercante. Los otros dos posiblemente sean dos barcos de pesca. Uno de ellos
parece una lancha de diario. Pues si te fijas su posición es más cercana que la
de los otros dos y aun así parece más pequeño.
A Teresa le gustaba escuchar a hablar a Javier. Pues cuando
este hablaba de algo que conocía fruncía el ceño y ponía cara de interesante. Era
una mezcla entre risa y admiración. Le resultaba gracioso ver como Javier, que
casi siempre estaba sonriente y de broma se ponía serio para darle más vida y
credibilidad a lo que contaba. Pero también era cierto, que de vez en cuando
Javier contaba cosas que Teresa desconocía.
Teresa después de escuchar a Javier, le preguntó de nuevo
algo. Pero Javier parecía hipnotizado por la mar. Así que en silencio
permanecieron los tres durante un tiempo.
Con el paso del tiempo cayó la tarde. Ahora el sol latía
débil y el calor que transmitía era mucho menor. La pequeña brisa que antes
refrescaba ahora enfriaba. Y Teresa era demasiado
friolera para permanecer mucho más tiempo sentada. Así que se levantaron y con
paso firme volvieron a casa.
Una vez en casa Teresa se dirigió a la cocina a preparar un café. Javier se sentó en el sofá pero no encendió
la televisión. Cuando subió el café y este estaba preparado. Teresa lo puso en
dos tazas y se sentó con Javier en el sofá. Javier inmediatamente abrazó a
Teresa, esta se acomodó entre los brazos de Javier.
Y así con Javier y Teresa sentados en el sofá después de un
relajante paseo, termina esta historia. En donde podéis comprobar, que muchas
veces las palabras sombran. Que existen días en donde los “te quiero”, “Te amo”,
no son necesarios. Simplemente el momento oportuno, un gesto o lo más cotidiano
del mundo. Hacen que un día, por muy simple que sea, se convierta en especial.
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