La gitana fuma. Ni se peina, ni se pinta. No cocina, no
sonríe. Sólo fuma. Asiste al tiempo con su espera. Por el camino recuerda, hace
memoria. Recoge retales de un tiempo pasado. Las canciones a pie de la hoguera,
son su recuerdo favorito. Le trasladan a
un pasado no muy lejano. En donde, sus ojos brillaban, su piel morena relucía al fuego. Y su voz rota
clamaba al cielo fortaleza y pasión.
Atrás queda esa gitana morena y delgada. Que con un simple
mirar a payos y gitanos enamoraba. El tiempo la volvió tosca, brusca de ver. Más
difícil aun de respirar. Por eso la gitana fuma. Ahora con el olor del tabaco,
ahoga el hedor de su piel. Pues atrás queda la alegría del baño. Los tiempos en
donde sus primos y ella pasaban las tardes en el río. Se refrescaban del calor,
mientras sus madres lavaban esa ropa, que después olía a limpio.
La gitana fuma. Un cigarro tras otro, sin parrar. Espera que
cada pitillo sea aún más sabroso que el anterior. Espera que cada cigarro
cumpla su función. Apartarla del hambre, del apetito canino que siente. De esa
gana exagerada y necesaria que tiene de comer. Fuma colillas, cigarros
chafados, cigarros robados y cigarros ganados. Ganados con sudor. El sudor de
una pasión insana pero necesaria. Pues la gitana cuando fuma. Recuerda sus
tiempos mozos. Cuando ella gozaba. Se daba placer por placer. Con esos jóvenes apuestos
que conocía en las ferias. Jóvenes que al verla en las fiestas decidían conocer
sus adentros. Jóvenes que pulsaban esa tecla mágica que la acercaban al cielo. Cielo
que ahora le estaba prohibido, pues lo viejos puteros ya no sabían que existía una
tecla. La tecla olvidada, así ella ahora le llamaba.
La gitana fuma. Llora para sus adentros al recordar su
madre. Esa mujer de espíritu “calé” que llevaba el cante en su interior. Esa mujer
de bandera, que se arrancaba por saetas, por bulerías y flamencos. Esa mujer de
bien que se ganaba los cuartos cantando. Emocionando a los extranjeros con su
voz. Esa mujer que animaba el alma con cada nota, con cada palabra que de sus
adentros salía. Esa mujer que tanto admiraba, pero que tan distinta a ella era.
Pues su voz ahora era ronca, poco agraciada. Y ese duende, ese espíritu “calé” nunca le fue heredado.
La gitana fuma. Reza para
sus adentros. Habla con Dios y con su Cristo. Les pide perdón, clemencia y
paciencia. Pues con cada pitillo, con cada colilla apagada se promete redención,
cambio. Nuevos propósitos que no dan llegado. Pues cada vez que apaga un
cigarro, vuelve a su esquina a ganarse el siguiente.
Excelente relato, se lee con placer y se llega a sentir todo el dolor y padecimiento de esta pobre gitana. Hermosa foto. Saludos.
ResponderEliminarGracias por tus palabras y por tu apoyo!!
EliminarGracias Maga!
ResponderEliminartransmite una sensación de que ella lo intenta pero luego todo sigue igual!!
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Abbie gracias por tu comentario. Y sí, tristemente en esta sociedad no vale solo con intentarlo. Algunas veces tan al fondo se llega a estar que al final, todo sigue igual. Un saludo y enhorabuena por tu blog
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