Jaime está a punto de cumplir los 50. Es un ser algo
desdichado, la vida no le trató nuca bien. Tanto la muerte de su padre, como
los abandonos amorosos. Hacen que Jaime esté casi siempre triste y deprimido.
Para curar esta tristeza. Jaime pasea todos los días por la
playa. Dice que el tacto de la arena y las caricias de la fría mar, mitigan su
dolor. Un día como otro, paseando por la playa. Jaime nota algo raro al pisar.
Reclina su cabeza y puede comprobar como entre la arena aparece algo dorado.
Escarba un poco hasta desenterrarlo es una lámpara dorada. Jaime que es poco
soñador piensa únicamente en su valor. Será o no de oro… cuánto dinero valdrá.
Pero al tocarla siente una voz, algo que intenta comunicarse
con él.
-
¡Ey tú merluzo! Sácame de aquí. Déjame salir.
Jaime se asusta y tira al suelo la lámpara. ¿Qué será? Será
una lámpara con genio. Como en los cuentos que le leía su padre, cuando este
era pequeño. Jaime temeroso, recoge la lámpara de nuevo y la frota.
-
Merluzo, te crees que es tan sencillo. Debes
pedirme tres deseos. Sólo así, podré salir de esta lámpara de los cojo… y ser
libre.
Jaime superado por la situación guarda la lámpara en su
bolsillo y decide custodiar tal tesoro en su casa. Está toda una semana pensando,
piensa que le haría feliz. Pero no se decide, por mucho que piensa, no
encuentra el deseo preciso que le convierta en un hombre nuevo y feliz.
Pero un día al dormir. Jaime sueña, en ese sueño recorre el
mundo volando. Puede ver a todo el mundo a sus pies. Mirándolo con envidia y
recelo. Jaime se siente feliz y especial. Así que, al despertar decide su
primer deseo.
-
Genio de la lámpara. Mi primer deseo para ser
feliz, es poder volar.
-
Merluzo si tu felicidad depende de volar, tú has
de volar.
Deseo concedido. Jaime podía volar, surcar los cielos y ver
tanto a las personas envidiando su poder, como esos parajes que sólo había
visto desde su pantalla de ordenador. Pero al poco tiempo de vuelo, Jaime
comienza a sentir un frío terrible.
-
Genio, genio. Que mierda es esto. Me muero de
frío.
-
Es normal merluzo. Sólo las aves están
preparadas para surcar los cielos y no tener frío. Tú eres un ser humano. Así
que es normal tu frío.
-
Pues mi segundo deseo… deseo no tener que sentir
las inclemencias del tiempo y así volar con total tranquilidad.
Deseo concedido. Ahora Jaime podría volar con tranquilidad y
sin frío. Jaime feliz como una perdiz surcaba el cielo. Disfrutaba como un niño
con zapatos nuevos. Pero al pasar las horas Jaime comienza a tener un hambre horrible.
Su estómago rugía como ruje un león en la sabana.
-
Genio de mierda. Tengo un hambre terrible. Qué
puedo hacer…
-
Piénsatelo bien. Este sería el tercer deseo y
cuando me lo pidas, seré libre.
-
Pues… Deseo no tener hambre, ni sed. Que mi
cuerpo no necesite alimentarse y pueda así volar en paz. Y si con este deseo
eres libre, pues libre serás.
-
Deseo cumplido merluzo. Alzás es libre y se
alegra por ti. espero que tu felicidad sea eterna.
Pasaron semanas y meses. Jaime recorrió parte del mundo,
conoció gente nueva e interesante. Fue la envidia del mundo y de los humanos
corrientes. Pero un día comenzó a cuestionar su felicidad.
-
Porqué soy feliz. No soy rico, no tengo amor,
vivo sólo. Sé que puedo volar y conocer el mundo, ser deseado y afortunado.
Pero no me siento feliz, completo.
Según Jaime fue dudando de su felicidad. Su nuevo don fue
fallando y poco a poco tomo tierra.
Ahora sin poder ninguno debería volver andando a su casa. Revisó sus bolsillos
y vio que aún conservaba algún dinero. Así que pidió un taxi, para regresar.
-
Buen taxista. ¿Puede llevarme….
-
Merluzo ¿qué haces cogiendo un taxi?
Jaime reconoció la voz del taxista. Era el genio Alzás.
-
Pero genio ¿Qué haces tú de taxista?
-
Pues amigo mío. Vivir y ser feliz. Ahora soy
libre y puedo vivir en libertad. Disfrutar de todo aquello que no podía hacer
mientras estar encerrado. Y conducir es muy divertido. Sonriendo le pregunta:
¿Por qué has perdido tu felicidad, tu capacidad de volar? Debías sentirte
afortunado y agraciado. No todo el mundo puede volar. Pocos pueden disfrutar lo
que tú has podido disfrutar. Tú eras libre, podías disfrutar de un montón de
cosas y vivir nuevas oportunidades. Debías ser feliz, sentirte afortunado.
Jaime recapacita, sonríe y se da
cuenta de lo afortunado y feliz que era. Poco a poco comienza a elevarse. Alza el
vuelo y retoma su viaje. Afortunado y fausto se despide de Alzás.
-
Gracias, nunca te olvidaré. Nunca olvidaré lo
aprendido.
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