- ¡ Ave María purísima!.
- Sin pecado conocida. Dime hijo: ¿Cuándo fue tu
última confesión?
-
Ya no lo recuerdo Padre. Puede que… 6 años o
más.
-
Dime hijo: ¿Cuáles son tus pecados?
-
Mis pecados… no son muchos. No he matado, ni he robado. Ni tampoco
he tomado el nombre de Dios en vano. Es un cargo de conciencia lo que pesa
sobre mí. Es algo que ha ocurrido la semana pasada.
-
Cuéntame hijo. Yo te escucharé.
-
Padre. ¿Conoce la novela “En tiempos de la ira”?.
Pues yo soy su escritor. Hace unos meses una productora de Hollywood compró los
derechos de mi novela. Comenzaron a rodar y tuvieron problemas con el guion. Así
que, me pagaron un billete de avión y fui hasta el rodaje. Allí conocí al director, al equipo de guionistas y
algunos de sus actores.
Una vez solucionado el problema con el
guion. Tuve tiempo para ver, danzar y disfrutar de las maravillas del cine. Comprobé
de primera mano el mundo del cine y sus entresijos. Pude ver los escenarios,
los trajes, las escenas en vivo y en
directo. Pero una tarde, poco antes de que mi estancia se terminase. Fui invitado
a conocer a la estrella femenina. Invitado por ella misma, y con el pretexto de
consultarme dudas sobre el personaje.
Le confieso que me sentí nervioso, abrumado
por conocer a la estrella de cine S.J. Mi fama de escritor no es la mitad, ni
la cuarta parte que tiene esa mujer. Sin
contar con su belleza. Es a día de hoy, una de las mujeres más hermosas y
deseadas del mundo.
Fui a su caravana, toqué la puerta. Ella no
me abrió, me invitó a pasar diciéndome; “que la puerta estaba abierta”.
Así que, entré. Y lo primero que veo, es a
esa hermosa mujer acostada en su cama, de lado. Leyendo el guion. Con un bolígrafo
en una de sus manos y en la otra su cabeza apoyada. Sin moverse ni un ápice, me
dice que me acomode. Todo estaba desordenado. Pero pude avistar una silla al
fondo. La acerqué a su cama y como si fuese un adolescente. La puse del revés y
me senté en ella. Apoyando mi barbilla en el respaldo, observando atentamente
su lectura del guion.
Estaba sin maquillar, posiblemente se
acabase de duchar. Pues pude avistar una toalla en su cama. Y aun así, seguía
siendo hermosa. Es más, pienso que estaba más guapa que cuando sale en las películas.
El maquillaje le hacía un flaco favor. Estuve en silencio unos cuantos minutos.
Respirando esa atmosfera mágica del momento. Pero ella dejó de mirar sus
apuntes, levantó la vista hacia mí y me dijo:
-
¿Disfrutando de las vistas? Me quedé en shock.
No sabía que responder, ni que decir. Pero ella, rompió mi silencio con una
sonrisa. – Estaba de broma. Tengo que felicitarte por tu libro. El personaje de
Emilie es buenísimo. Lleno de matices y cargado de una fuerte personalidad. Fue
este personaje el que me animó a participar en esta película.
Con un tímido “gracias” le contesté. Realmente
estaba impresionado y demasiado cortado por el momento.
Veo que eres de pocas palabras. Respondió
ella, mientras se acomodaba en la cama.
Debes de perdonarme, no siempre se tiene
delante una estrella de cine. Y sí, el personaje de Emilie es de mis preferidos
en la novela. Está un inspirado en esas hermosas mujeres de los años 30. Las que
fumaban en boquilla y bebían cocteles por las noches. Pero que por el día,
luchaban por demostrar que no eran solo una cara bonita.
-
Es eso lo que no entiendo. Emile tiene todo lo
que quiere por las noches. Porque no se conforma con eso.
Sonrío y le contesto: Emilie es una mujer
que necesita demostrarse que tiene el poder. Que ella dirige y forma su propio
destino. Que los hombres de su época no pueden dominarla. Es más, ella los
domina a ellos. Ella consigue lo que quiere y cuando…
Pero Padre, mientras yo le estoy comentado
todo eso. Ella se levanta de la cama, se deshace del albornoz. Dejándose ver en
ropa interior. Y yo, tristemente y sin dejar mi discurso. Persigo con mi mirada
su cuerpo. Mientras ella avanza al frigorífico,
coge una botella de agua y bebe de ella. En ese momento, me doy cuenta que nuestras
miradas se cruzan. Casi puedo verme reflejado en sus ojos azules.
Lentamente se acerca a mí. Mi respirar se
vuelve acelerado y entrecortado. Sé que es uno de esos momentos en donde sabes
que algo acabará pasando. No sólo me intimida su andar, sino su mirar. Su mirada
ha cambiado. Hago el esfuerzo de levantarme de la silla. Quiero poner una
disculpa para ausentarme. Pero las palabras se las traga el viento. De nuevo el silencio lo rompe ella, poniéndome
su mano contra mi pecho. No sé, si seguir de pie o levantarme. No sé si hablar
o permanecer en silencio. Pero lo que sí sé, Padre es que no podía dejar de
mirarla a los ojos. Su mirar intenso corrompía mi alma, exaltaba mis adentros.
Su mano ascendía hacia mi rostro, hasta
hacerse sito en mi cara. No existían palabras, sólo un clamor por la libertad. Ella
me susurra al oído; “déjate llevar”. Y eso hice Padre. Me dejé llevar. Le regalé
mis manos, y mi sumisión me regaló el sentir de sus turgentes pechos. Me dejé
llevar, y mis labios probaron el sabor de los suyos. Me dejé llevar y me fue
regalado cada rincón de su cuerpo. Me dejé
llevar y fui bendecido con el néctar de su cuerpo.
Comenzamos en aquella silla, seguimos en
aquella cama que me presentó su cuerpo. Y terminamos en aquel sofá lleno de ropa.
Ropa que tapó nuestras vergüenzas entre descaso
y descanso.
-
Pero hijo. ¿Cuál es el pecado? ¿A dónde quieres
llegar?
-
A ningún lado Padre. Simplemente, tenía ganas de
contarlo.
Muy bien logrado. Felicitaciones por tan buen relato.
ResponderEliminarGracias!!
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